Los asesinos del emperador by Santiago Posteguillo

Los asesinos del emperador by Santiago Posteguillo

autor:Santiago Posteguillo [Posteguillo, Santiago]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2011-09-01T04:00:00+00:00


89

EL CONSEJO DEL REY DOURAS

Sarmizegetusa, capital de la Dacia, 85 d. C.

En el corazón de la Dacia, a más de mil metros de altura, rodeada por las montañas de Orastia, en medio de un gran desfiladero, se erigía, envuelta por los bosques, orgullosa, bien protegida, prácticamente inexpugnable, la fortaleza de Sarmizegetusa. Decébalo cabalgaba seguido por Diegis, Vezinas y el resto de sus nobles y los dos príncipes germanos que le acompañaban, cruzando los diferentes muros dacios, elaborados con roca, de tres metros de grosor y diez de alto que se levantaban en grandes círculos alrededor de aquella plaza fuerte. Luego pasaron también por debajo de los gigantescos acueductos de cerámica que llevaban agua a las mansiones de los grandes señores de la ciudad. Había que superar hasta cinco terrazas artificiales, en donde habitaban los dacios que poblaban la capital de su reino, para llegar al centro de la ciudad y alcanzar así la entrada al palacio real donde, cansado y encogido, con una faz ajada por los años y con un marcado ceño sobre la frente, les esperaba el gran rey de los dacios, el monarca Douras, visiblemente enfadado con su mejor caballero, el gran Decébalo, también conocido en la corte dacia como el demasiado impetuoso Decébalo.

—Supongo que estarás satisfecho. —Fue el recibimiento gélido del rey a su victorioso súbdito.

Decébalo no se mostró molesto y se limitó a inclinarse ante Douras. A su manera, le respetaba. Douras había conseguido reunificar la Dacia, dividida en cinco reinos distintos tras la caída, tiempo atrás, de Burebista, y eso para el joven caballero dacio era merecedor de un gran respeto, pero luego se había mostrado demasiado cómodo con la situación. Le faltaba ambición. Roma estaba débil y era el momento de aspirar a más, a mucho más.

—Estoy satisfecho, sí, mi señor —empezó Decébalo con una voz potente—, satisfecho de haber derrotado en repetidas ocasiones a los romanos en Moesia y Panonia, si es eso a lo que se refiere mi rey.

Douras tintó de rojo su faz. Era evidente que no se refería a eso.

—Supongo que estarás satisfecho de que tus sueños de grandeza cruzando el Danubio repetidamente hayan conseguido que los romanos lo crucen ahora y avancen hacia el norte en tu busca, en nuestra busca, con un inmenso ejército. ¿Estás satisfecho de eso?

La voz del rey retumbó entre las gruesas paredes del palacio real. El rostro del resto de nobles era serio. Sólo los que acompañaban a Decébalo parecían no compartir el enfado del rey.

—De eso estoy satisfecho también, mi rey.

Douras no sabía ya bien qué más decir. Su autoridad estaba en entredicho, allí delante de toda la nobleza dacia. Después de años para conseguir ser reconocido rey de todos los dacios, ahora llegaba aquel maldito noble sin control y lo echaba todo a perder. Todo. Movió de forma nerviosa los labios aún sin hablar. Decébalo se atrevió a explicarse mientras la ira del rey encontraba las palabras adecuadas para expresarse.

—Estoy satisfecho de eso, mi rey, porque de esa forma les combatiremos mejor.



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